lunes, 13 de diciembre de 2010

Moneo reinventa Atocha otra vez.

Al llegar, el arquitecto se cruza con las enormes cabezas de bronce del escultor. "A mí me gusta más que estén aquí fuera, hay que suponer que a él también". Rafael Moneo visita por segunda vez el mismo día la ampliación de la estación de Atocha. Por la mañana, su presencia se diluyó entre los políticos que presentaron la obra. Por la tarde, con más silencio, accede a recorrer de nuevo su obra con EL PAÍS. En el lugar de la cita, el patio exterior, le reciben las dos esculturas de Antonio López, Día y Noche, que representan la cabeza de su nieta dormida frente a otra con los ojos abiertos. Acaban de ser trasladadas al exterior desde el vestíbulo interior. "Requerían de un espacio más amplio que además las hace más accesibles", reflexiona Moneo.

Antes de entrar al nuevo vestíbulo blanco, el maestro ofrece una clave de este trabajo: "Lo fundamental es entender que esto es solo una primera parte". El único premio Pritzker (el Nobel de la arquitectura) español, de 73 años, recorre la estación con el arquitecto y colaborador Peio Elcuaz, de 39. Durante el paseo, se apoya en Elcuaz, le consulta a menudo y le cede la palabra. Insiste en que este ha sido un trabajo conjunto. El proyecto continuará con la ampliación de la pasarela, una nueva estación subterránea y la nueva explanada de taxis. "Te lo explico mejor durante el paseo", ofrece Moneo. Y se abre paso por el hueco de la valla hacia los pasillos de Cercanías, en pleno tránsito. "Es increíble la vida que tiene esto", concede.

Los primeros recuerdos que el arquitecto guarda de Atocha hablan de sus viajes desde Pamplona (Moneo nació en Tudela) a la entonces Estación del Mediodía, inaugurada en 1851. Corrían los años cuarenta cuando el niño Moneo llegaba en tren hasta los viejos andenes madrileños, sobre los que luego haría una de sus intervenciones más celebradas. En los ochenta, el arquitecto diseñó la ampliación prevista para la llegada del primer AVE, que partió de Sevilla a Madrid en 1992. Trasladó la entrada principal al sur, amplió el espacio del viajero y llenó de rojo los andenes y las cubiertas. Entonces, como ahora, se trataba "de propiciar el movimiento de la gente". "Aquella primera intervención fue más determinante, supuso tomar partido en un momento más crucial y definitivo", recuerda Moneo.

Se enfrentó al nuevo encargo con un objetivo: "No queríamos una actuación que desvirtuara la anterior, se trataba de aumentar la capacidad sin cambiar mucho su forma, pero no hasta el extremo de usar los antiguos materiales". La obra respeta lo ya hecho, manteniendo las líneas y materiales similares: acero y aluminio. Y rompe con el pasado a través del color. "El blanco permite marcar la diferencia con lo anterior", señala Moneo. El arquitecto sugiere recorrer en el mismo trayecto (y en el mismo sentido) que hará el viajero y conduce a los invitados a través del aparcamiento. Prosigue: "El blanco es el color más preciso y permite un mejor mantenimiento". Su voz se pierde en el eco de las bóvedas del aparcamiento, justo antes de acceder hasta los andenes por los que el domingo entrará el primer tren lleno de viajeros. Los techos son altísimos, el espacio diáfano. A Moneo le gusta la sensación de libertad. Una estación, dice, "es un espacio muy hermoso de la ciudad porque no es privado, todo el mundo tiene acceso, y luego está lo que el concepto de viaje supone en nuestras vidas...".

De punta a punta del andén, sobre los trenes, se sitúa la nueva pasarela que repartirá el flujo de viajeros. Aún debe crecer más hacia la avenida de la Ciudad de Barcelona, donde Moneo abrirá la nueva puerta de Atocha en las sucesivas partes de este proyecto que él entiende y pide entender como un todo.
Los dos arquitectos, sobre la pasarela, consideran casi un milagro una obra resuelta en un año y medio sin que la estación parase un solo día de funcionar. Proyectarlo, reflexiona Moneo, "fue la parte fácil, lo difícil era construirlo, eso que ahora llaman resolver los problemas de logística y que no nos tocó a nosotros". Y alude de nuevo al trabajo en equipo ("la empresa colectiva", dice) con los ingenieros y la constructora. "Hay que dar al César...". El ruido de un tren de Cercanías que parte dos niveles más abajo interrumpe el refrán. Elcuaz añade entonces que tuvieron que abordar el trabajo dividiendo el espacio por franjas de cuatro vías y repartiendo el tráfico de trenes por el resto. Se construyeron túneles sobre los andenes para poder avanzar en la cubierta de acero y cristal por la que entra el sol de medio lado. Desde el lateral abierto se ven nuevas vías con una grúa encima. Es el lado que mira a la calle de Méndez Álvaro, donde está prevista una estación pasante subterránea.

Moneo enfila la cinta mecánica del pasillo con paso rápido. Mira de forma intermitente a sus pies y al techo, formado por las mismas bóvedas que cubren el aparcamiento, pero pintadas de blanco y con el lateral cubierto por cristal. "Me gusta verlo andando, esta es la parte más cinematográfica", revela. "El movimiento propicia que las cúpulas superiores no queden estáticas, se trata de que este recorrido, que es largo, se haga corto". Así es. Alcanzamos de nuevo el vestíbulo, casi el final de la visita. ¿Cuál es su lugar favorito?, preguntamos. "La visión de conjunto es lo que le da más valor. Lo destacable es el resultado de ensamblar dos espacios muy distintos", responde.

Vuelta a la superficie, al Día y Noche de Antonio López, a la valla exterior. Moneo, de tono quedo y suave, se despide del vigilante que guarda su última obra hasta el estreno del domingo. A la derecha, la primera ampliación. A su izquierda, el nuevo proyecto blanco. Pregunta final: ¿Satisfecho? Moneo duda un instante y asiente. Elcuaz amplía la respuesta: "Estamos satisfechos en primera instancia, para entender de verdad todo lo que se ha hecho es importante todo lo que vendrá después".
Antes de irse, el maestro celebra su suerte. "Una estación es muy importante para la vida de la ciudad. En ella coinciden los intereses de la arquitectura y su valor para dar uso a un edificio tan habitual y cotidiano. Es muy hermoso ver que un proyecto así hace olvidar la arquitectura y prevalecer la vida: Atocha es mucho Madrid".

el pais

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