jueves, 26 de mayo de 2011

Gaudí, del subsuelo al cielo, en tres horas

Entre una y tres horas. Es el tiempo que hace falta, en función del propio interés, para visitar Palau Güell, de fachada sobria y gris situado al número 3 de la calle Nueva de la Rambla. El edificio, primera gran construcción que hizo Antoni Gaudí (a los 35 años), contiene muchas de las técnicas, los materiales y los colores del universo gaudiniano. Construido entre el 1885 y el 1890, el Palau ha estado cerrado durante los últimos siete años mientras se llevaba a cabo una exhaustiva restauración dirigida por Antoni González, jefe de Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona, propietaria del edificio, y que ha costado nueve millones de euros. Hoy vuelve a abrir las puertas, dispuesto a convertirse en visita obligada y demostrar por qué es uno de los edificios más genuinos del arquitecto.
 
Desde el subsuelo —donde estaban las caballerizas con las impresionantes columnas de ladrillo visto que muestran el sistema por el cual se sostiene la construcción— hasta la terraza, se propone un viaje de la tierra al cielo, pasando por la planta a nivel de calle donde una escalera de piedra, digna de Lo que el viento se llevó, recibe a los visitantes. En la planta noble donde están los aposentos privados de Güell: el comedor con los únicos muebles originales o la gran sala de 80 metros cuadrados y 13 de altura, el auténtico eje del edificio, que tan pronto servía para actas sociales, sala de conciertos (donde el protagonista era el órgano de más de 1.300 tubos), como de capilla, después de abrir las dos enormes puertas de latón dorado que ocultaban las imágenes religiosas.
 
En el piso de arriba, están los dormitorios de Eusebi Güell y su mujer Isabel López (donde había una chaise longue que la Diputación quiere recuperar), uno para cada uno, y otro para los hijos y cuidadores. Más arriba, en las buhardillas, donde vivía el personal de servicio, se ha instalado una exposición que explica la restauración y, en la terraza, aparte de poder ver una vista espectacular de toda esta zona de la ciudad, se puede pasear entre 20 chimeneas de trencadis (aunque no todas son de Gaudí) y la linterna que ilumina la gran sala.
Pero también se puede hacer una visita más pausada que pide ir con los ojos muy abiertos para no perder detalle. Como el palacio era la vivienda de un industrial rico, los materiales son de primera calidad: piedras, cerámicas, metales y maderas exóticas que Güell transportaba con los barcos de su suegro, el marqués de Comillas. Estos materiales están repartidos por las ocho plantas que tiene el edificio, en las celosías de caoba de las ventanas o en el banco de ébano de la sala de fumadores. Materiales que, en manos de Gaudí y de sus grandes artesanos, consiguieron crear hasta 160 tipos de techos diferentes, muchísimos más que las estancias que tiene el palacio.
 
Entre los suelos de piedra pulida y los mármoles de colores, destaca uno de impacto: el de la entrada, creado con losetas de madera, para atenuar el ruido de los carruajes. "La restauración ha demostrado que continúan habiendo artesanos", asegura González ante dos candelabros de bronce que han recuperado el aspecto original después de que haber eliminado una pátina oscura. A pesar de que el palacio está construido donde antes había cuatro viviendas junto a la casa que Güell heredó de sus padres, el edificio tiene una planta reducida. A pesar de eso, Gaudí supo conseguir que los espacios parecieran más amplios.
 
En la Sala de los Pasos Perdidos, con aires de la Alhambra, las columnas y la tribuna crean una triple fachada y en la sala junto a uno de los dormitorios —donde destaca un plafón de Alexandre de Riquer sobre la chimenea con la imagen de Santa Isabel de Hungría— un espejo multiplica la luz que entra por una ventana mínima. La entrada vale 10 euros, incluida la audioguía en ocho idiomas. Por problemas de seguridad, sólo lo pueden visitar 160 personas a la vez. Es recomendable, por lo tanto, concertar la visita a palauguell@diba.cat.


Texto:
JOSE ÁNGEL MONTAÑÉS, El País