Este es el lema con el que la Unión
Internacional de Arquitectos (UIA) ha decidido orientar las
celebraciones del Día Mundial de la Arquitectura, que se celebra en todo
el mundo el próximo tres de octubre, coincidiendo con el Día Mundial del Hábitat. “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que le asegure el acceso a la vivienda”, dice el artículo 25 de la Declaración de la ONU.
Con frecuencia olvidamos que el medio
físico construido constituye el marco y el hábitat, el biotopo, donde se
desarrolla la práctica totalidad de la vida cotidiana de las personas y
del amplio espectro de conjuntos, grupos y clases sociales que
constituyen las extremadamente diversas sociedades contemporáneas. El
medio físico construido (es decir, la arquitectura, el paisaje) envuelve
nuestra existencia, la protege (o no), introduce peculiaridades únicas y
condiciona nuestra sensibilidad. Marca el devenir de nuestras vidas y
también de nuestras relaciones. Entrelazado por conexiones profundas,
el medio físico construido (la arquitectura) es también memoria
histórica y expresión de singularidades que a menudo hunden sus raíces
en lejanos tiempos pasados. A esa arquitectura, que afianza los derechos
humanos, tenemos todos derecho.
Lo arquitectónico expresa buena parte de
nuestra vida y se confunde con ella. En su dimensión edificatoria,
urbana o territorial, paisajística, ampara o dificulta la convivencia de
los diferentes grupos sociales y étnicos y enmarca el disfrute de la
vida cotidiana. La naturaleza pública del espacio (público), de la
arquitectura y su necesaria calidad, nos lleva a solicitar con
insistencia que la arquitectura se convierta en una política pública
establecida y reconocida, permanente, como uno más de los derechos y
obligaciones a los que las sociedades y las ciudades democráticas
aspiran, un derecho que los poderes públicos deberían garantizar.
Sin embargo, a todos nos incumbe una
responsabilidad en ello. Porque una transversalidad evidente e intensa
recorre lo arquitectónico. Es así como el fomento de su calidad
involucra tanto a las administraciones públicas como a las
instituciones privadas; a las amplias colectividades como a los
profesionales; a los entornos formativos como a los gestores urbanos; al
rigor científico-técnico y a la creación artística; a las decisiones
políticas como a la mediación; a la gestión de conflictos o la
participación ciudadana; buscando una convergencia de actuaciones que
tengan como objetivo un proyecto contemporáneo siempre vivo: unas
“mejores ciudades, una vida mejor”, en una dialéctica continua e
interminable, transversal, entre lo público y lo privado.
Requerimos, pues, acciones permanentes y
no fugaces llamamientos. Es preciso: elevar el nivel de conocimiento,
sensibilidad y capacidad de exigencia de los diversos grupos de
ciudadanos; la incorporación de la arquitectura y el urbanismo en las
enseñanzas escolares; una activa defensa (por cierto, no exclusivamente
arqueológica) del patrimonio edificado; una difusión incrementada de la
dimensión cultural de la arquitectura; la urgente mejora de los
concursos de arquitectura, etc. Y por fin, necesitamos algunas
infraestructuras culturales para la arquitectura y una Ley que la
proteja.
Es preciso, por tanto, divulgar el
entendimiento de la arquitectura como una disciplina socialmente útil y
no como un ejercicio de exhibicionismos diversos al servicio de
fundamentalismos económicos también diversos, prisionera de un
mercantilismo suicida. Cuestión que en nuestros días es preciso
denunciar con insistencia, después de tan negativas experiencias,
demasiado generalizadas, en los últimos años…
Nuevas palabras clave caracterizan el
momento actual, comportando reflexiones que deben abrirse camino:
utilidad social, reutilización, sostenibilidad, rehabilitación,
participación, estética, racionalidad constructiva, oficio y diseño... Y
austeridad. La rehabilitación y la energía se revelan, en nuestro
ámbito territorial y cultural, como una estrategia de largo alcance, y
resultan dos de las claves para definir un nuevo modelo, en una salida
positiva e imprescindible a la actual crisis económica que nos atenaza.
Con ocasión del Día Mundial de la
Arquitectura, la UIA y el CSCAE hacen un llamamiento a las
administraciones públicas locales, autonómicas, estatales y europeas
implicadas, a todas las instituciones y las empresas privadas, a todos
los profesionales de la arquitectura, a los responsables de formación
y a los operadores y gestores culturales, y a los pensadores, para que
adopten y apoyen iniciativas necesarias que permitan caminar en esta
dirección, sumándonos así, activamente, útilmente, a una celebración
comprometida del Día Mundial de la Arquitectura con el objetivo de
afianzar uno de los derechos humanos fundamentales.
Jordi Ludevid i Anglada
Presidente del consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España