Carlos Ferrater defiende las "raíces sociales" en cada uno de sus proyectos, de lo contrario la arquitectura es "efímera" y se convierte en "pelotazo, chirimbolo o espectáculo".
El Paseo de Poniente de Benidorm acumula ya una docena de premios nacionales e internacionales. De hecho, es el proyecto arquitectónico más premiado de la Comunidad Valenciana. Su autor es Carlos Ferrater (Barcelona, 1944), Premio Nacional de Arquitectura en 2009, la antítesis del arquitecto estrella. Tras 40 años de ejercicio, en Benidorm ha conseguido "construir naturaleza desde el artificio" y "un paseo que se puede ver y oír". Y lo ha logrado a través de un ejercicio de integración con el entorno: la cerámica es de Castellón, el cemento de Valencia y los moldes de madera que sirvieron para las curvaturas, de Villena. Tiene proyectos en marcha en Estados Unidos o Turquía. El Impiva de Castellón o la biblioteca de Vila-real, que se inaugura próximamente, son sus otras huellas en territorio valenciano.
Pregunta. ¿Cómo ha conseguido con el paseo marítimo de Benidorm tanta unanimidad respecto a una obra susceptible de generar más críticas que elogios?
Respuesta. Hemos intentado entroncarla en la genealogía de la ciudad, creando un espacio público de ocio que articulara ciudad y playa. Ya habíamos ensayado algo parecido en el Jardín Botánico de Barcelona, aunque es verdad que hace muchos años. Creo que ha quedado un parque de cuatro hectáreas como un espacio de centralidad, aunque es verdad que hemos corrido un gran riesgo intelectual. Se puede decir que nos la hemos jugado y todo el mundo lo ha entendido. He disfrutado mucho en este proyecto.
P. ¿Cómo desarrolló la obra?
R. Hemos jugado con la geometría del caos sin formas regulares, entroncando con la cultura de Benidorm a través del color. Eliminamos barreras arquitectónicas y hasta reciclamos la vegetación que ya existía. Ha sido muy importante la participación de casi 100 jóvenes arquitectos de toda Europa en la creación de las maquetas y la verificación de la obra.
P. Pues le ha quedado con un claro toque
hippie...
R. Es que esta obra entronca con la primera que hice: una ciudad hinchable con un grupo de
hippies de Ibiza. En 1971 construimos allí unas cúpulas de colores hinchables donde convivieron durante un mes artistas, arquitectos y gente de la cultura. El paseo de Poniente está hecho con el mismo espíritu.
P. ¿Y cómo se consigue eso desde la empresa que hoy es un despacho de arquitectura?
R. Somos una empresa, es verdad, pero en realidad después de los Juegos Olímpicos de Barcelona montamos una plataforma [Office of Architecture in Barcelona], que es como una empresa pero tramada, no jerárquica. Hacemos arquitectura colectiva, más transversal.
P. Por eso sus obras no tienen elementos que las identifiquen.
R. Nosotros intentamos hacer arquitectura de verdad, entendiendo el sitio en el que trabajas y en sintonía con el paisaje. La arquitectura tiene raíces sociales y si eso se pierde, hablamos de otra cosa: pelotazo, chirimbolo, espectáculo... Todo eso es efímero y a nosotros no nos interesa la arquitectura de franquicia o marca. Lo que mata la arquitectura es repetir el lenguaje y el estilo. Cada obra requiere poner el reloj a cero. El recuerdo es un lastre. Solo vale la experiencia.
P. Y qué le parece, por ejemplo, la obra de Calatrava en Valencia.
R. La mayoría de los arquitectos estrella son grandes arquitectos. Otra cosa es cuando se convierten en una franquicia y la venden. El problema es otro, que la administración suele ser provinciana y plantea aquello de "pon mi ciudad en el mapa". Y el resultado de eso acaba siendo ineficiente. Yo aprendí mucho de la geometría variable de Calatrava en Suiza, pero el éxito y la fama comportan peajes. Acaban pidiéndote marca.
P. Todo lo contrario a su concepto.
R. Hemos intentado construir un corpus teórico a partir de la praxis. No tenemos método, aunque una similar forma de concebir cada proyecto. Las geometrías complexivas nos han ayudado a entender qué debíamos hacer en cada caso. Por ejemplo, en el paseo de Benidorm hemos utilizado el mínimo material posible y recursos constructivos de la zona. Arquitectura vernácula, con técnicas del lugar. Nosotros podemos atender grandes proyectos, pero serán colectivos y flexibles porque no tenemos una empresa farragosa.
P. ¿Existe una arquitectura mediterránea?
R. En los años 50-60 todos fuimos a beber en la vanguardia arquitectónica y de diseño italiana, que importó de allí Oriol Bohigas. El fulgor italiano se reprodujo en la escuela de Barcelona, donde vinieron a formarse la mayoría de los valencianos. La luz y los componentes mediterráneos son comunes, y la proximidad es evidente.
P. ¿Y qué le parece el consumo y desgaste del territorio valenciano?
R. Que la llamada crisis ha sido positiva. Ahora tendremos que pagar las consecuencias que provocó la financiación gratuita porque el territorio debe equilibrarse naturalmente. Aunque yo no hablaría de crisis, sino de un nuevo escenario al que debemos adaptarnos. Benidorm es un buen ejemplo de una ciudad turística con densidad, que permita la vida todo el año, donde la red ciudadana está tramada y el ocio y el comercio se complementan con otros usos.
P. Ha hecho iglesias, hoteles, rascacielos, estaciones de tren, mercados... ¿qué le falta o le gustaría hacer?
R. Ahora estamos haciendo un hospital en Bilbao, así que creo que nada. Pero el encargo máximo de un arquitecto es la casa unifamiliar. La relación directa con el dueño convierte el proyecto en un laboratorio de experimentación. Nosotros hemos hecho de todo, incluyendo realojos en Barcelona y Madrid y el 80% de los encargos que hemos recibido provienen de la iniciativa privada. Yo ahora estoy disfrutando mucho haciendo casas de colonias para niños perdidas en las montañas de Cataluña, un encargo de la ONG L'Esplai. Es uno de mis mejores proyectos, eficiente y sostenible, y construimos a 450 euros el metro cuadrado. El volumen es ridículo, pero ahora me interesan ese tipo de cosas.
Entrevista en El País