¿Puede convertirse una central hidráulica en bien de interés cultural?
El artista asturiano Joaquín Vaquero lo logró
Tiene el aspecto de un museo de arte contemporáneo. La central hidráulica de Proaza (43 años cumplidos) recubre su exterior con hormigón clareado que imita a la caliza del paisaje y adopta volúmenes triangulares para mezclarse con las montañas, mientras, por dentro, todo es luz y color con sus murales en rojo, blanco y negro que representan campos magnéticos y decoran la sala donde se produce luz para alumbrar al año 26.000 hogares. La de Proaza, muy cerquita de Oviedo, es solo una de las centrales de HC Energía que derrochan arte. Todas sus hidráulicas están catalogadas por su valor arquitectónico y artístico y una de ellas, la de Grandas de Salime -que comparte con Endesa-, es Bien de Interés Cultural.
Detrás de tanto arte hay tres nombres y un mismo apellido: Vaquero. El primero de la saga se llamaba Narciso Hernández Vaquero y fue socio fundador de la eléctrica asturiana. Narciso alumbró dos hijas y un varón, Joaquín, que estudió Arquitectura en Madrid, frecuentó la pintura y la escultura y dio su mismo nombre y primer apellido al tercero en liza, Turcios de segundo.
Joaquín Vaquero Palacios (Oviedo, 1900-Madrid, 1998) tuvo un sueño integrador, quiso unir funcionalidad y belleza, quiso que en los espacios de trabajo hubiera algo más que hormigón y máquinas. Su sueño se hizo realidad. Él se encargó de la arquitectura de la que está considerada como la más espectacular de las hidráulicas, la de Salime, en el occidente asturiano. Lo es por un salto de 134 metros que coronan alas y miradores, por su diseño interior bajo el aliviadero de la presa, por los bajorrelieves que adornan su entrada y por el inmenso mural de la sala de turbinas, que deja perplejo a quien lo observa con sus 60 metros de largo por 5 de alto y que pintó el tercero de la saga, Joaquín Vaquero Turcios (Madrid, 1933-Santander, 2010), cuando tenía 23 años. No importa que la obra guste o disguste, en cualquier caso impresiona. Por la amplitud del espacio, por el ruido de las turbinas en movimiento y, sobre todo, por lo insólito de hallar semejante obra en un lugar en el que hoy trabajan diez personas.
Era Turcios un artista en ciernes cuando pintó el gigantesco mural, que rehabilitó y concluyó de forma definitiva en el 2001 y que narra el proceso de creación de la central. En la primera de las escenas aparece su abuelo y en la última, Matías Prats padre dando noticia de la hidráulica. Sobre las ménsulas que sostienen el balcón de paso hacia el cuadro de mandos también hay pinturas, cuatro de ellas realizadas en 2001. Entonces decidió pintar cuatro caras: las de Picasso, Planck, Freud y Einstein. No eran personajes que pudieran aparecer en escena en pleno franquismo y los recuperó después con rostro y pensamientos. Uno de ellos, el de Picasso, advierte: «La pintura no está hecha para decorar apartamentos». Al otro lado, otro mural que representa una descarga eléctrica entre dos polos parece darle la razón al genio de Málaga.
El sofá-turbina
Hay arte más allá de los murales. En las lámparas, en las escaleras y en el sofá-turbina. Circular y de un rojo apabullante, podría sentar en su piel al mismísimo 007, 'dry martini' en mano. Emula a la perfección la rueda hidráulica: el rodete, la distribución del grupo, el alternador y el rotor.
Sostenía Vaquero Palacios que la integración de las artes era una absoluta necesidad para la industria. ¿Por qué? «Pues porque nuestra actividad actual está desbordada y nuestro organismo necesita ser apaciguado de alguna forma para sobrevivir a la tensión». Esa era su filosofía.
Salime es la gran obra, pero hay centrales más pequeñitas con su firma, como la citada de Proaza y las de Tanes y Miranda, ambas subterráneas, que iluminan con colores la profundidad, y también una térmica, la de Aboño, donde Vaquero Palacios quiso ordenar el caos poniendo color en su exterior.
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