Geometría, piel, cortes que permiten descubrir la dermis.
Espacio, continuidad tridimensional. No hay alzados, ni plantas, ni secciones. Se trata de espacio dentro de un objeto macizo, un bloque de basalto negro al que hacemos una serie de penetraciones a modo de cantera, túneles y corredores de mina que comunican con el exterior, con la luz de la mañana, del medio día y la oscuridad de la noche.
Un concepto emocional, la indivisible visión transversal del objeto. Epidermis oscura, dermis pálida. Contraste. Cortes y hendiduras, refuerzan el cambio de escala, trabajan a favor de la presencia. Objeto unitario que propone su máxima dimensión.
La complejidad del emplazamiento juega a favor: el perímetro exterior cerrado, mural, pétreo; en el interior se abren pliegues de cristal. Atravesamos el muro. Es la cara norte del edificio y allí situamos el acceso: un espectáculo de luz natural, reflejos, transparencias, explosión de imágenes que se multiplican.
Espacio caleidoscópico, belleza, imagen, observación. Todo al mismo tiempo, gracias a los efectos que producen los cristales transparentes de diferentes tallas y ángulos. Todo incide en el edificio. La naturaleza entra en el interior a través de esos cortes y segmenta las diferentes estancias de la vivienda.
Al anochecer, la transparencia anula límites: la luz del día se proyecta ahora, desde el interior de la casa hacia el exterior.
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